Licenciada Adriana Lisondo

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Lo que comienza como un supuesto juego que consiste en presionar el pecho o el cuello de la víctima hasta causar un desmayo, puede llevar a graves lesiones cerebrales o a la muerte (el ce-rebro es un órgano con muy poca tolerancia a la falta de oxígeno)

La idea de asfixiarse como divertimento no es nueva entre los jóvenes pero la diferencia es que en los últimos tiempos esta práctica es exhibida en las redes de modo provocador, como si fuera un juego muy divertido que luego de finalizado, es sellado por las risas y diversas humoradas de los participantes y espectadores de la función.

¿Por qué lo viven como un juego sin tomar noticia de su peligrosidad y de los riesgos a los que es expuesta la víctima?

¿Qué busca el que se ofrece como víctima en esa euforia, en esa excitación que seguramente alcanzará en los instantes previos a la pérdida del conocimiento?

Primero, debemos señalar que hay en este  fenómeno  un “efecto imitación”: imitan lo visto en las redes.

Ahora bien, ¿por qué imitan y lo viven como un juego? ¿Qué es lo que los adultos tendrían que tener en cuenta para poder ayudarlos?

Estos jóvenes/ niños no parecen tener la más mínima noción de que están acechando  a la muerte de manera triunfalista y omnipotente.

Los adultos deben saber que la víctima que se ofrece de manera sacrificial,  ignorando el peligro al que se expone,  posiblemente esté impulsado  por la- para él- impostergable  necesidad de pertenecer al grupo, ya que no soportaría  sentirse expulsado, o tachado de cobarde.

Pretende evitar así, el temido rechazo: es innegable que hay una presión social del grupo de compañeros y que el “choking game” es un reto, un desafío, casi un rito de iniciación

¿Por qué queda este niño-víctima absorbido por el grupo

Los jovencitos en la adolescencia están en una etapa de transición entre la niñez y la adultez y este complejo proceso cada joven lo atraviesa como puede, siendo la imitación y el contagio las herramientas más a mano, con las que intentan suplir la falta  de confianza en sus propias capaci-dades

Pero fundamentalmente el problema es el desafío al límite, o mejor aún, la búsqueda del límite a través de la conducta desafiante.

¿Contra quién se rebela cuando hace esta búsqueda de un límite que le permita vivir, pero que desgraciadamente, lejos de ayudarlo a vivir lo lleva a la enfermedad física o anímica?

Decimos “un límite que le permita vivir” porque lo que está en juego es una vida juvenil que no encuentra un sentido, una orientación, un proyecto que lo motive. Creemos que es un llamado de atención, un pedido desesperado de ayuda.

En “mira cómo me asfixio” o “a ver cómo me desmayo” está en juego un reclamo hacia un adulto que lo ampare y que lo ayude a orientarse hacia sus propias necesidades y proyectos. Al no ser escuchado surge la imperiosa necesidad de ponerse en una actitud de riesgo, de búsqueda de una adrenalina que no puede encontrar por otros medios.

No cualquier adolescente se presta a estas prácticas tenebrosas: en la víctima puede haber un estado depresivo larvado, que no se enuncia, o bien una desmesurada necesidad de aceptación, un desesperado llamado al adulto para que le brinde cuidado y protección.

Esta necesidad de cuidado y protección es una demanda que el joven-víctima no puede llegar a expresar porque tal vez no haya un adulto que lo pueda escuchar o bien por sus propias inhibiciones para expresar sus necesidades.

En el caso del joven que oficia de victimario  hay un lugar de autoridad al cual está desafiando, al actuar desaprensivamente poniendo en riesgo la integridad física y emocional de su compañero. Podríamos decir que adolece de una total falta de límites y no asume responsabilidades ante las consecuencias de sus acciones.

El victimario también está atravesando el pasaje de la niñez a la adultez y sufre las consecuencias de la desorientación interna propia de esa etapa de la vida.

También en él influyen las redes y videos de internet, la necesidad de imitación, la búsqueda de aceptación en el grupo, la necesidad de reconocimiento, y la necesidad de exhibir su falta de límites, a la búsqueda de que alguien pueda proporcionárselos, escuchándolo y ayudándolo a construir su proyecto de vida.

Este jovencito trata de  demostrar hasta dónde puede llegar su violencia hacia el otro. Pero es una mostración y por eso lo graban y suben a internet, para que esto se vea y se sepa.
Los adultos deben consustanciarse con este llamado realizado en forma tan impactante y leer allí la necesidad de  guía  y de comprensión.

El adulto tal vez debería poder sostener un lugar de autoridad propiciatoria  capaz de ayudar a los jo-vencitos a conectarse con su propia vida e intereses, siendo de vital importancia  marcarle los límites entre lo que es un juego divertido y lo que es una práctica siniestra.

¿Cómo realizar tan difícil tarea?

Aconsejo a los adultos que primero traten de entender cuál es el problema.

Que no  tomen  “el juego de la asfixia” como algo  que amerita un castigo o un aislamiento sino que padres, maestros  traten de entender esta conducta patológica como un llamado desesperado de ayuda .

Tal vez  lo primero que habría que hacer es poner la situación en palabras, sacar la escena de la actuación patógena y  comenzar a hablar de la misma.

Preguntar a los jóvenes que los lleva a todo esto, que significa para ellos lo que hacen, porque creen que es un juego, a fin de que perciban que no están solos y que padres maestros se interesan por ellos y están  dispuestos a hablar con ellos de su dolor o de su desesperanza

Que están dispuestos a abrir el diálogo pero que también desean  advertirlos de la peligrosidad de la práctica que con tanta ligereza realizan.

Por último si los padres o maestros notan que el diálogo es imposible porque hay un rechazo de parte del joven, es entonces el momento de realizar la consulta psicológica para ser adecuadamente asesorados .

Lic Adriana Lisondo

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