Existen ciertos conceptos dominantes en el imaginario colectivo, en relación al lugar de la mujer en la sociedad y en la familia.
Podríamos llamarlos “el lugar de la mujer de acuerdo a lo esperable en tanto perteneciente al género femenino”.
Tales roles aparecen asociados a su lugar en la familia como esposa y madre, de la cual se esperarían ciertas “virtudes” tales como la bondad, la comprensión, la lealtad , la docilidad, la genero-sidad y el altruismo puestas al servicio de cuidar con abnegación y amor a los suyos.
A pesar de que este imaginario se ve seriamente cuestionado desde la realidad, aún hoy sigue muy arraigado a la manera de una creencia que muchos sujetos cultivan en su fuero más íntimo, sin llegar a ser demasiado concientes de que abrigan esta idea.
En efecto, con el cambio del lugar del “padre de familia”, producto de sucesivas crisis económicas en dónde el varón vio afectado el lugar de proveedor y de autoridad, que tenía hasta bien entrado el siglo pasado, han ido cambiando los paradigmas de relación de la pareja, generándose una dinámica diferente a la del modelo tradicional.
Concomitantemente con los cambios del lugar del varón, hubo cuestionamientos por parte de la mujer al rol que se le asignaba en la sociedad de antaño: fue ocupando paulatinamente en la trama social lugares que antes eran exclusivos de la figura masculina.
La falta de ajuste de unos y otras a los nuevos paradigmas redunda muchas veces en situaciones de violencia ejercida por un género sobre el otro.
Sin embargo, creemos que debemos abordar la violencia de género como un fenómeno estructural, que se genera en una determinada trama de afectos entrecruzados, que se desarrollan en un universo de interrelaciones en el que se producen encuentros y desencuentros entre dos seres humanos.
Vale decir, que es necesario que ubiquemos al fenómeno violento en una trama, en un contexto social, económico, afectivo, que se desarrolla en un tiempo, vale decir que tiene una historia durante la cual se va generando la posibilidad de la emergencia o no del hecho violento.
Si ante la consulta psicológica que nos hace una mujer maltratada y/o golpeada por su pareja, nosotros, como profesionales de la salud, le damos la necesaria contención ante su dolor pero nos abstenemos de fomentarle su odio y rencor y nos detenemos a analizar junto a ella las circunstancias en que se produjo el hecho violento, o sea como es la dinámica y la historia de esta pareja, le estamos brindando a esta mujer, un lugar de dignidad y respeto que la ayudará a tener más elementos para armar una retirada de esa situación a fin de evitar el crescendo de la escalada de violencia.
Creemos necesario respetar el lugar de la mujer y no fomentar su victimización. El espacio terapéutico debe ser el lugar donde la mujer se reencuentre con su dignidad porque, como es lógico, cuando alguien entra en este tipo de trama patógena ve seriamente afectado el respeto a sí mismo y, consecuentemente, la propia autoestima.
Licenciada Adriana Lisondo
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