Licenciada Adriana Lisondo

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 Para amar hay que estar dispuesto a correr los riesgos propios de la relación amorosa.

 

Esto no es nada fácil para los hombres, ya que sienten menoscabada su virilidad por la dependencia que sienten hacia la mujer que los desvela. Entonces optan por el no compromiso afectivo y  se  vuelven  reacios al amor, tornándose fríos, extremadamente críticos y calculadores, privándose de las mieles que el amor  les depararía.

Para las mujeres el problema parece pasar por  la insatisfacción, por la queja, las grandes expectativas y la decepción ante el  encuentro con un hombre que no respondería a su  ideal,  el  imaginario del “príncipe azul”.

 En ese caso la solución más a mano y más cómoda es el famoso “no hay hombres” (vale decir: ninguno se acerca al  ideal esperado).

 Para no estar en situación de amar a otra persona que resulte enigmática, atrapante, alguien del cuál no se es dueño,  pero que es causante del deseo, los hombres y las mujeres tienden a encerrarse en sus propias burbujas y se alejan del amor, alejándose de los riesgos que supone la aventura de estar con el otro.

 

 

Hay personas que saben hacerse amar, pero no  necesariamente aman sino que más bien simulan hacerlo. Estas personas estarían más del lado de manipular a su partenaire que de sentir amor.

 

¿A qué se debe que se manejen de esta manera?

 

Son personas que  no pueden reconocer que necesitan del otro y que no pueden aceptar su propia carencia, se sienten completos con sus propios logros y esto los lleva a encerrarse en una burbuja autoprotectora, en la que se sienten seguros y sin necesidad de atravesar los riesgos y dificultades de los vínculos amorosos.

 

Entonces optan por hacerse amar y para lograrlo obsequian al partenaire con diversas atenciones “adivinando” sus gustos e inclinaciones, pero llega un momento en que se cansan de ese ese juego de manipulación y, como no estaban involucrados afectivamente, les resulta muy fácil encontrar un reemplazante para seguir la serie.

 

Mientras tanto es posible que el que se creyó amado, caiga en el desconsuelo.

 

El tango argentino es bastante pródigo en ejemplificarnos sobre este tipo de conductas como la de la “percanta que me amuraste en lo mejor de la vida, dejándome el alma herida”, que atribuye generalmente el desamor a las mujeres, pero es una verdad innegable que también encontramos a mujeres lastimadas por el abandono de sus parejas.

 

 

 

  ¿Pero acaso el amor no es un  bien supremo, en relación al cual se juegan los ideales de seguridad, comprensión, moderación y  cordura? ¿No encontraremos la paz  y la tranquilidad  al hallar a la media naranja?

 

 El  mito de “la media naranja o  del  alma gemela” se ve en numerosas oportunidades cuestionado por las consecuencias del aburrimiento y la generación de conductas rutinarias y posesivas  que puede  traer  aparejadas. Son pocas las parejas que logran  construir “un nuevo amor”, basado en el respeto mutuo  y en la aceptación del deseo del otro.

 

No es fácil aceptar que la pareja  no es un bien propio, sino que tiene vida propia.

 

Licenciada Adriana Lisondo 
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