Licenciada Adriana Lisondo
Elegir a otro para compartir la sexualidad, la alegría y las múltiples experiencias de la vida, es algo sumamente tentador y atractivo.
Por un lado alivia al sujeto de la temible soledad. Por otro lado ¡peligro! es fuente de muchos conflictos, temores y desencuentros.
¿Qué temores?
El ser que se siente amado teme ser absorbido por el otro ("me asfixias", "me quitas mi espacio", "no me dejas ser yo mismo").
El ser que ama desea sentirse amado y temer perder su objeto de amor ("¿me amarás siempre", "¿Eres mío?"). Ambos seres tienen esperando a la vuelta de la esquina, la angustia de la pérdida o la angustia de ser dominado por el otro.
Entonces ¿Qué hacer?
Hay muchas personas que están dispuestas a ceder, a condicionar su libertad y a olvidarse de si mismos, con tal de no enfrentarse a la temible soledad que conlleva la ruptura de la pareja.
Es ésta una elección tan respetable como cualquier otra; no obstante, conviene saber que cuando se renuncia a la sinceridad y a la espontaneidad y se camina por la vida junto a un desconocido al que se le llama "mi pareja", es esencial la renuncia que se pone en juego, y las consecuencias se harán sentir de la peor manera.
Cuando Antoine de Saint-Exupéry nos dice bellamente: "El amor es el delicado proceso por el cual te acompaño al encuentro de ti mismo", nos está diciendo que se trata de una búsqueda del ser del otro en la cual se priorice el deseo de cada uno de los partenaires como punto de partida a un nuevo amor.
Licenciada Adriana Lisondo
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