Por qué nos cuesta tanto cortar una relación tóxica?
Desde el psicoanálisis, sabemos que no siempre elegimos nuestras relaciones de manera consciente. Muchas veces, nos vinculamos con otros desde lugares muy profundos, incluso dolorosos, que se repiten sin que logremos entender del todo por qué.
Las relaciones tóxicas —aquellas que nos dañan, nos desgastan, nos confunden— no siempre se presentan con violencia explícita. A veces se camuflan bajo la forma de un amor intenso, de una dependencia afectiva, o de un miedo paralizante a quedarse solo. Entonces, ¿qué nos retiene allí, incluso cuando ya reconocemos que la relación nos hace mal?
Una posible respuesta es que esas relaciones activan viejas heridas. Nos conectan con figuras tempranas —padres, madres, cuidadores— con quienes tal vez tuvimos que adaptarnos al maltrato, al abandono o al amor condicionado. Lo conocido, incluso si fue doloroso, puede sentirse más seguro que lo desconocido. El sufrimiento se vuelve familiar.
Además, hay fantasías inconscientes muy poderosas que pueden sostener una relación tóxica: "si aguanto lo suficiente, va a cambiar"; "mi amor lo va a salvar"; "el problema soy yo, no él/ella". Estos pensamientos no son solo ideas: son defensas, intentos de sostener una imagen idealizada del otro o de uno mismo, y de evitar el dolor de la pérdida o del vacío.
Cortar con una relación tóxica, entonces, no es solo una decisión racional. Es también un trabajo psíquico profundo, que implica reconocerse, hacerse preguntas incómodas, y a veces, reconstruir la propia historia emocional. Implica también atravesar la culpa, el miedo y la tristeza que pueden emerger cuando uno empieza a decir "no".
El análisis puede ofrecer un espacio para poner en palabras aquello que duele, que confunde, que se repite. Un lugar donde empezar a preguntarse por qué se vuelve tan difícil soltar, y qué formas nuevas de vincularse pueden surgir cuando uno empieza a dejar de sostener lo insostenible.